Palma de Mallorca es la mejor ciudad del mundo
Palma de Mallorca lo tiene todo y, además, de manera accesible. Esta es la razón por la que el diario británico The Times ha considerado que la mejor ciudad del mundo para vivir es Palma de Mallorca. Su clima excepcional, su calidad de vida y el peso cultural de su casco antiguo terminan de apuntalar este hito.
El templado clima mediterráneo, con una temperatura media anual de 16º, hace que Palma de Mallorca sea uno de los destinos preferidos por los europeos. Además, el invierno en Mallorca podría definirse casi de testimonial. Obviamente, la sensación térmica resulta más fría, no tanto por la bajada de temperaturas sino por la humedad del ambiente, aunque esto no quita que resulte bastante más agradable que el frío invierno que padecen nuestros vecinos del norte de Europa. Aún así, esta época dura poco y, generalmente, uno puede empezar a bañarse en el mar en abril y seguir hasta principios de noviembre, sin necesidad de ser muy valiente.
El archipiélago balear se encuentra perfectamente conectado con el resto de Europa gracias al aeropuerto de Mallorca, -el tercero con más volumen de pasajeros de España, tras los de Madrid y Barcelona, y uno de los más frecuentados del continente en verano-, que cuenta con vuelos directos desde las principales ciudades de Reino Unido y Alemania. Por su parte, el puerto deportivo es también lugar de peregrinaje para yates de lujo en actividad recreativa en verano, y para reparación de embarcaciones en invierno.
Con algo más de 425.000 habitantes y unas dimensiones reducidas, Palma de Mallorca cuenta con un ambiente cosmopolita que ya el escritor mallorquín José Carlos Llop describía en En la ciudad sumergida, quien comentaba que Palma era un lugar donde podías encontrarte en la misma terraza con Robert Graves, Joan Miró o Yeats. Este espíritu sigue siendo uno de sus mayores encantos tal y como atestigua la zona de Santa Catalina, cercana al puerto, y que resulta ser uno de los barrios más internacionales. Allí la comunidad extranjera -formada mayormente por alemanes, ingleses, franceses, suizos, suecos o noruegos- ha abierto sus tiendas, negocios y pequeños restaurantes. Así, encontramos pastelerías con terraza al más puro estilo parisino, restaurantes de todas las cocinas del mundo, supermercados de productos ingleses o alemanes, y hasta un bar sueco. Todos conviven y compiten con las ensaimadas propias de las panaderías mallorquinas, y los tradicionales ‘llonguets’ o bocadillos que nos ofrecen los bares de toda la vida.
La parte vieja de la ciudad aún conserva el trazado medieval de calles estrechas y sombrías, compuesto por un conjunto de edificios de estilo gótico agrupados en torno a la catedral y alrededores, como el Palacio Episcopal, el de la Almudaina, la Lonja, el Consulado del Mar, así como un puñado de iglesias y conventos. También está Call Major, un antiguo barrio judío que floreció hacia finales del siglo XIII, hasta que en 1435 los judíos fueron obligados a convertirse al cristianismo. Los baños árabes son el monumento más emblemático del pasado musulmán de la ciudad y, por supuesto, no podía faltar una ruta modernista, con diferentes edificios repartidos por la ciudad, entre los que destacan Can Forteza Rey que, al contrario de lo que muchos turistas creen, no fue diseñado por Gaudí sino por Lluís Forteza Rey, un joyero admirador de este estilo arquitectónico. En la zona del puerto se encuentran antiguos barrios de pescadores configurados por tradicionales casas bajas que hoy ya se han convertido en zonas residenciales de precios prohibitivos.
La Sierra de Tramontana está considerada Patrimonio Mundial por la Unesco; y sus pequeños pueblos, sus calas desiertas y sus cielos color de rosa han enamorado a muchos. Georges Sand dijo del pueblo de Valldemosa que era «el lugar más romántico del mundo«, mientras que a la isla la calificó como «un dorado para los pintores con un verde helvético, un cielo calabrés y la solemnidad del silencio de oriente».
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